Julio II ordenando a Bramante, Miguel Ángel y Rafael la construcción de San Pedro del Vaticano.Museo del Louvre |
En 1508, el papa Julio II encargó a Miguel Ángel la decoración de la Capilla Sixtina. El resultado fue una creación monumental que rompió los moldes del arte renacentista. Miguel Ángel realizó los frescos de la Capilla Sixtina entre 1508 y 1512.
La mayor dificultad era el fresco. Una técnica que no permite errores o vueltas atrás, y exige tiempos muy breves. Una vez preparados los cartones de los dibujos hay que dividir el conjunto en partes que puedan ser completadas en un día, pues, pasado este tiempo, el enlucido se seca y ya no absorbe el color. La sección de pared elegida se prepara primero con el encalado y luego con el enlucido, una mezcla de puzolana, cal y agua. Una vez trasladado el dibujo sobre el enlucido todavía fresco, se extiende inmediatamente el color.
De aquel trabajo Miguel Ángel salió destrozado. De estar meses y meses con la cabeza derribada hacia atrás para pintar la bóveda de la Sixtina, “se había estropeado la vista de tal modo que aún mucho tiempo después no podía leer una carta o mirar un objeto sino poniéndoselos encima de la cabeza para poder verlos bien”. Él mismo chanceaba sobre sus calamidades: “Paperas me han salido del trajín, como del agua a los gatos de Lombardía. Mi vientre avanza bajo la barbilla; la barba se alza al cielo, la testa se me apoya en la espalda; el pecho, como el de una arpía; el pincel, de gotearme sobre la cara, me ha pintado un espléndido mosaico de mil colores. Los lomos se me han hundido y del trasero hago contrapeso. Camino al azar sin poder verme los pies. La piel se me alarga por delante y se encoge, arrugada, por detrás; estoy tirante como un arco sirio. Mi inteligencia está tan rara como mi cuerpo, porque no se juega bien con una caña torcida”.
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