The New York Times (16 de septiembre): “[…] los autores actuaron impulsados por el odio a valores acariciados en Occidente como son la libertad, la tolerancia, la prosperidad, el pluralismo religioso y el sufragio universal”.
Semejante interpretación, escribe Noam Chomsky, está en total discrepancia con cuanto sabemos, pero tiene todos los méritos de la autoadulación y del apoyo ciego al poder. Y tiene el defecto de propiciar de manera significativa futuras atrocidades, incluidas las dirigidas contra nosotros mismos, quizás incluso más horrendas que las del 11-09.
A la red de Bin Laden, la globalización y la hegemonía cultural le preocupan tan poco como los pobres y los pueblos oprimidos de Oriente Medio, a los cuales ha perjudicado gravemente durante años. Bin Laden decía en voz alta y clara cuáles son sus preocupaciones: Guerra Santa contra los regímenes corruptos, represivos y no islámicos de la región y contra quienes los apoyan. Igual que libraron una Guerra Santa contra los soviéticos en los ochenta (y ahora luchan en Chechenia, China occidental, Egipto, en este caso desde 1981, cuando asesinaron a Sadat, y en cualquier otra parte). El mismo Bin Laden probablemente no había oído hablar nunca de globalización. Quienes lo entrevistaron a fondo dicen que poco sabe del mundo, ni le importa. Si queremos, podemos decidir ignorar todos estos hechos y regodearnos en fantasías autocomplacientes. Pero con considerables riesgos, no sólo para los demás, sino para nosotros. Si decidimos hacerlo, también podemos ignorar, entre otras cosas, las raíces de los afganis tipo Bin Laden y sus socios, que tampoco son un secreto.
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