Lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima |
El 6 de Agosto de 1945 una bomba atómica de uranio enriquecido explotó a una altura de 600 metros sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. La explosión, equivalente a 16.000 toneladas de TNT, creó una onda de calor de unos 300.000 grados centígrados, una potente onda de choque y un estallido de radiación gamma. Los edificios de madera de la ciudad entraron en combustión, y casi todas las personas que estaban dentro de un radio de un kilómetro y medio del centro de la explosión (el hipocentro) murieron inmediatamente. Los potentes incendios que devoraron la
ciudad crearon corrientes de aire caliente que elevaron a la atmósfera algunos de los 200 isótopos radiactivos que creó la detonación. El resultado fue una lluvia radiactiva que esparció la contaminación, la llamada “lluvia negra”. Con aquella explosión, se cree que murieron unas 100.000 personas. Otras 10.000 lo harían en los dos años siguientes.
Masuji Ibuse en su libro “Lluvia negra” cuenta que los heridos estaban tumbados de cualquier forma sobre el tatami, pero era imposible identificarlos porque no había ni uno solo que no tuviera el rostro totalmente desfigurado por las quemaduras. Uno de ellos tenía el cráneo pelado como un huevo, y apenas le quedaba en él más que una leve tira de piel normal; al parecer, había tenido una toalla de algodón enrollada en su frente y sus mejillas colgaban como los senos de una anciana.
Los propios médicos, dice Masuji Ibuse, eran reacio a
arriesgarse a tratar a los pacientes de una enfermedad cuyos orígenes desconocía. Sin poder explicarse la causa de sus sufrimientos más que por el dolor de las quemaduras, inyectó a seis de los heridos un medicamento llamado Pantopon, que les alivió temporalmente de los dolores. Los síntomas de la enfermedad de la radiación empezaban normalmente con una sensación de adormecimiento y pesadez de los miembros, cuyo origen era desconocido. Al cabo de unos días, el pelo se caía a puñados y los dientes se aflojaban y terminaban por caerse también. Por último, se declaraba un paro respiratorio y el paciente moría. Cuando se sentía el adormecimiento en los primeros estadios de la enfermedad, lo primero que había que hacer era descansar y comer bien. Quienes seguían trabajando se iban poniendo mustios, como los pinos transplantados por jardineros torpes, hasta que finalmente fallecían.
Las fotografías fueron tomadas los días posteriores al estallido de la bomba atómica en Hiroshima. |
La enfermedad se manifestaba en una parte concreta del cuerpo, y se caracterizaba por provocar dolores atroces. El dolor que se sentía en los hombros y la espalda era, también, incomparablemente peor que el de cualquier otra enfermedad.
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