Retrato y firma de Shakespeare |
En el comentario muy breve de finales del siglo XVII acerca del fallecimiento de Shakespeare: “Murió papista”. Este comentario, escrito por un capellán del Corpus Christi College de Oxford llamado Richard Davies, resulta intrigante.
La invitación del fantasma en la que se fija el Hamlet de Shakespeare no es su vibrante llamamiento a la acción, sino algo muy distinto: “Adiós, Hamlet, adiós; acuérdate de mí”. “¿Que me acuerde de ti?”, repite Hamlet echándose las manos a la cabeza. sí, pobre espectro, mientras tenga asiento en este mundo desquiciado la memoria. ¿Que me acuerde de ti?. A primera vista, como da a entender el tono de incredulidad de Hamlet, la petición es absurda: no cabe imaginar que el hijo olvide el regreso de la tumba de su padre. Pero en realidad Hamlet no se precipita a llevar a cabo su venganza, y resulta que acordarse de su padre (acordarse de él como es debido, acordarse de él sin más) es más difícil en realidad de lo que cabría imaginar. Algo interfiere con la ejecución directa del plan, una interferencia cuyo símbolo es la locura fingida que no encaja con la trama de la obra. Y resulta que esa interferencia procede de las mismas fuentes que tal vez indujeran al padre de Shakespeare a firmar el “testamento espiritual” católico, con su desesperada súplica a familiares y amigos: Acordaos de mí. “Yo soy el espectro de tu padre”, dice el fantasma a su hijo: "Condenado durante cierto tiempo a vagar en la noche, y en el día confinado a ayunar entre las llamas mientras son consumidos y purgados los crímenes soeces que llenaron mis días naturales. Si no estuviera para mí vedado revelar los secretos de mi cárcel, podría hacerte tal relato que la menor de sus palabras llenaría de horror tu alma".
Hamlet |
Shakespeare tenía que ir con cuidado, las obras de teatro eran censuradas y no habría sido permisible hacer referencia al purgatorio como si fuera un lugar que realmente existiera. Por lo tanto, el comentario que hace el espectro acerca de que tiene prohibido “revelar los secretos de mi cárcel” es de una maliciosa literalidad. Pero prácticamente todo el público de Shakespeare habría entendido cuál era esa cárcel, localización a la que el propio Hamlet alude cuando unos instantes más tarde jura “por san Patricio” (1.5.140), el santo patrono del purgatorio. El espectro ha corrido la suerte que tanto temían los católicos piadosos. Ha sido arrancado de una forma repentina de este mundo, sin tiempo para prepararse ritualmente para su fin. “Segado en plena flor de mis pecados”, dice a su hijo, y a continuación añade en uno de los versos más extraños de la obra: “Impreparado, sin extremaunción, sin viático”. “Sin viático”: no recibió la última comunión administrada a los agonizantes; “impreparado”: no tuvo tiempo de realizar la confesión o preparación definitiva en su lecho de muerte; “sin extremaunción”: no recibió la bendición última o unción de su cuerpo con los santos óleos. Se fue al otro mundo sin haber llevado a cabo cualquier tipo de penitencia preparatoria y ahora está pagando por ello: “¡Ay, horrible, ay, horrible; más que horrible!”. ¿Qué significa que un espectro o ánima del purgatorio entre violentamente en el mundo de Hamlet pidiendo que se acuerden de él? Dejando a un lado incluso por un momento el hecho de que el purgatorio, según la Iglesia protestante, no existe, las alusiones que se hacen a él aquí constituyen todo un enigma, escribe Stephen Greenblatt.
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