Los buscadores que usamos, como Google, Yahoo, Bing o Dudckduckgo, son una suerte de ficheros virtuales muy mejorados que utilizan las palabras clave ingresadas para recorrer sus monstruosas bases de datos. Algunos incluso aprovechan información sobre dónde nos encontramos, qué idioma hablamos y nuestras preferencias personales para afinar la búsqueda y darnos un listado de opciones más ajustada a nuestros intereses. Al hacer click sobre una de ellas, el navegador envía un mensaje a nuestro proveedor de internet y allí le indica la página solicitada y desde qué
computadora lo hacemos, es decir, nuestra dirección en internet (la dirección IP). El proveedor busca en sus servidores si tiene la información solicitada, y si no la posee lo reenvía a instancias superiores hasta que, finalmente, nuestro pedido llega a su objetivo. Una vez que la solicitud alcanza a quien tiene la información, esta se divide en paquetes que recorren la red de regreso a nuestras pantallas. Este complejo proceso puede ocurrir en instantes ya que pulsos de luz actúan como mensajeros.
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