Frank Yerby escribe en “Una mujer llamada Fantasía” :

Fancy sabía bailar, pero lo que realizaba delante de los espectadores distaba mucho de parecer un baile. Estaba destinado a provocar aquella repugnante mirada en los ojos de los hombres y a arrancarles el sentido común de sus cerebros.
Tiene una ligera idea de que el amor no es así, de que consiste en un dar y un recibir, en una alegría compartida. Así que su vida se siente fracasada por culpa de las imitaciones que se ve obligada a aceptar… en algún burdel pobremente iluminado, situado en alguna callejuela, que los compensa de los fríos rostros de sus esposas.
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