El comercio de esclavos ha tenido consecuencias desastrosas en el terreno psicológico para los africanos. Envenenó las relaciones personales entre los habitantes de África, les inyectó odio y multiplicó las guerras. Los más fuertes intentaban inmovilizar a los más débiles para venderlos en el mercado, los reyes comerciaban con sus súbditos; los vencedores, con los vencidos; y los tribunales, con los condenados. Semejante comercio marcó la psique del africano con el estigma tal vez más profundo, doloroso y duradero: el complejo de inferioridad.
Yo, el negro, no soy sino aquel que el comerciante blanco, invasor y verdugo, puede raptarme en mi casa o terruño, encadenarme, meterme en la bodega de un barco, exponerme como mercancía y más tarde obligarme a latigazos a hacer los trabajos más duros día y noche. La ideología de los comerciantes de esclavos se basaba en el principio de que el negro era un nohombre; que la humanidad se dividía entre hombres y subhombres y que con estos últimos se podía hacer lo que a uno le viniese en gana, y lo mejor: aprovecharse de su trabajo y luego eliminarlos, cuenta Ryszard Kapuściński. En las notas y los
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Ryszard Kapuściński |
apuntes de estos comerciantes está expuesta toda la ideología ulterior del racismo y totalitarismo con toda su tesis vertebradora: que el otro es el enemigo, más aún, es un nohombre. Toda esta filosofía de desprecio y odio obsesivos, de vileza y salvajismo, antes de inspirar la construcción de Kolymá y Auschwitz, hacía siglos que había sido formulada y escrita por los capitanes del Martha y el Progresso, el Mary Ann o el Rainbow, cuando al mirar desde sus cabinas por el ojo de buey hacia los palmerales y las playas incandescentes, aguardaban a bordo de sus barcos, atracados en las islas de Sherbro, Kwale o Zanzíbar, el cargamento de turno de esclavos negros.
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Zanzibar. Stone Town |
En este comercio, Zanzíbar se revela como una estrella negra y triste, una dirección nefasta, una isla maldita. Durante años, más aún, durante siglos enteros, se dirigen hacia ella caravanas de esclavos recién atrapados en el interior del continente, en el Congo y Malawi, en Zambia, Uganda y Sudán. A menudo atados con cuerdas para que no se escapen, sirven al mismo tiempo como porteadores, llevando al puerto, a los barcos, mercancías muy preciadas; a saber, toneladas de marfil, de aceite de palmera, pieles de animales salvajes, piedras preciosas, ébano.
Trasladados de tierra firme a la isla a bordo de barcazas, son expuestos en el mercado como un producto cualquiera. El abanico de precios es muy amplio: desde el dólar por un niño hasta los doce por una muchacha joven y hermosa. Bastante caro, habida cuenta de que en Senegambia los
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Senegambia |
portugueses obtienen doce esclavos por un caballo. Luego, los más sanos y fuertes son obligados a latigazos a correr de Mkunazini al puerto: no está lejos, unos cientos de metros. Desde aquí saldrán con rumbo a América u Oriente Medio a bordo de barcos destinados al transporte de esclavos. Cuando cesa la actividad del mercado, a los muy enfermos, por los que nadie ha querido ofrecer ni tan sólo cuatro céntimos, los arrojan a la pedregosa orilla. Allí los devoran furiosas manadas de perros salvajes. Los que con el tiempo consiguen sanar y recuperar las fuerzas se quedarán en Zanzíbar y, como esclavos, trabajarán para los árabes, dueños de grandes plantaciones de claveros y cocoteros.
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