jueves, 23 de enero de 2025

Retorno a la religión

La rebeldía del hombre moderno y su reivindicación de total autonomía frente a poderes mundanos y espirituales llevó a un nuevo orden político, social y cultural donde la religión no tenía cabida, salvo en la esfera privada y casi por condescendencia. No obstante, los intentos de desarraigar al hombre de sus creencias religiosas, de anular o apagar su sed de trascendencia, no han surtido efecto o, al menos, no en el grado esperado.Hoy en día cobra fuerza entre algunos pensadores y sociólogos la crítica al axioma del antagonismo entre modernidad y religiosidad. Es más, uno de los frutos maduros de la época actual es que el hombre vuelve a creer, y lo hace por decisión propia, no por imposición o por la presencia institucional de la religión en la vida política, social o cultural. Así lo ponen de manifiesto autores como Charles Taylor, Karen Armstrong, Peter Berger o Jürgen Habermas. Con distintos matices propios de sus diferentes puntos de partida (Taylor y Amstrong, inicialmente católicos; Berger, luterano; Habermas, inicialmente posestructuralista), estos pensadores coinciden en afirmar que, entre los cambios culturales que ha traído la posmodernidad, se encuentra el regreso a la creencia, fruto ahora de una decisión libre y reflexiva.La fe se vuelve valiosa porque inspira el actuar del hombre y le proporciona un sentido en medio de un mundo al que mira desencantado. A nivel político y social, la religión ofrece unos criterios de comportamiento éticos. Al fin, ese vivir «como si Dios no existiera» (Grocio), propio del secularismo más radical o ateo, parece dejar paso a unos nuevos aires en los que, dentro de la asfixia inmanentista, el hombre intenta conseguir unas bocanadas de oxígeno trascendente.El eclipse o muerte de Dios da paso nuevamente a la sed de Dios.
Como explica muy bien Ratzinger, el cristianismo es la síntesis entre fe y razón, y por ello mismo no puede tratarse como “una religión más”, sino la religio vera. Frente a las antiguas creencias mitológicas o naturales, el cristianismo significó un triunfo de la racionalidad de la religión, de la desmitologización, y con ella una victoria del conocimiento y de la verdad, que por su misma fuerza había de ser considerada universal. Fue precisamente esta síntesis entre razón y fe la que transformó el cristianismo en una religión global. Y no solo por su coherente racionalidad, sino también porque no se quedaba en una simple teoría ética, sino que conducía a una praxis moral. Ratzinger manifiesta que no existe certidumbre acerca de la verdad sobre Dios, sino solo opiniones. El pluralismo religioso que invocan los nuevos secularistas, basado en un falso ethos de la tolerancia, implica una verdad por consenso; o, mejor dicho, una imposibilidad de saber la verdad, ya que cada cual está capacitado o dispuesto para conocer solo una parte. La única vía de salida posible es recuperar la primacía de la razón, y su capacidad de alcanzar la verdad última y objetiva. Y junto con ella, la del amor como recuerda Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas est. Defender la verdad y testimoniarla mediante la propia vida es expresión auténtica de la caridad, que todos los hombres perciben en su interior.Así, pues, y siguiendo de nuevo a Ratzinger, si en medio de esta crisis posmoderna se quiere recuperar el sentido del cristianismo como religio vera, se debe apostar tanto por la ortopraxia como por la ortodoxia. Bien (amor) y verdad (razón) coinciden como pilares fundamentales de las relaciones humanas: “La razón verdadera es el amor y el amor es la razón verdadera”.
Referencia: Alejandro Pardo

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