martes, 28 de enero de 2025

Las abejas, aguijón y miel

Abril de 1804. Bonaparte sueña desde hace algún tiempo con convertirse en Napoleón, y para ello su espíritu desbordante de energía no olvida ningún detalle. Sabe hasta qué punto los símbolos importan, por lo que encarga a una comisión del Consejo de Estado la tarea de pensar sobre los futuros símbolos del régimen que pretende fundar. Imaginamos fácilmente a estos primeros especialistas en comunicación política trabajando para diseñar una especie de campaña imperial…, es decir, creando logos y probando eslóganes. En cierto sentido, son los antepasados de los actuales spin doctors. Pues bien, entre los diferentes animales que salen de sus reflexiones (el elefante, el león, el águila, el gallo), la abeja ocupa un lugar destacado. Hay que señalar que ya había sido mencionada repetidas veces en el curso de la Revolución francesa, otra formidable fábrica de símbolos, cuando se pretendía competir con los emblemas de más de mil años de antigüedad del Antiguo Régimen, y, de hecho, la abeja estuvo a punto de convertirse en el símbolo de la República francesa durante el debate en la Convención del 3 de brumario del año IV. Industriosa, ordenada, sobria, guerrera, espartana, virtuosa…, la colmena tiene todas las cualidades para representar ese nuevo espíritu. Pero tiene un defecto, está gobernada por una reina. De modo que el proyecto es decapitado sin contemplaciones. Pero este inconveniente será una ventaja cuando llegue el momento de “terminar la Revolución”. Para Napoleón, si el águila encarna el régimen imperial, la abeja debe ocupar un segundo lugar, pues, como dirá el marqués de Cambacérès, futuro archicanciller del Imperio, las abejas “ofrecen la imagen de una república con un jefe”, es decir, “la imagen misma de Francia”. El general y consejero de Estado Lacuée añadirá: “Son a la vez el aguijón y la miel”. 
2 de diciembre de 1804, día de la consagración de Napoleón, la abeja triunfa en Notre-Dame. Su imagen está por todas partes; dorada, cosida, esculpida, en tapices y, desde luego, en los bordados del manto imperial.
Referencia:  El filósofo y la abeja de Pierre Henri Tavoillot y François Tavoillot

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