Escribe el profesor Miguel Angel Garrido que “la mentalidad dominante ha venido a poner entre paréntesis a Dios, dando lugar a lo que Jean-François Lyotard ha llamado el fin de los grandes relatos, o sea, la aparición de un proyecto de ser humano como relato sin remitente. Si en el cuento de Caperucita Roja hiciéramos abstracción de la madre, Caperucita se quedaría sin saber que su objetivo es entregar la merienda. Ante la pregunta de ¿quién nos dice para qué estamos aquí?, nos encogemos de hombros y, si no reconocemos un remitente, tampoco tenemos un objetivo. ¿Cuál será el objetivo? Aquello que me apetece, aquello que viene bien a mi instinto, que sé yo, puede ser una cosa y la contraria. Se ha caído en un absoluto relativismo, aunque con una consecuencia que podríamos llamar paradójica. Si todo es relativo, nadie tiene derecho a oponerse al otro en nada. Vivimos en una pista de coches de choque de una feria en la que cada uno puede hacer lo que quiera con tal de no chocar con el de al lado. Sin embargo, eso no es exactamente así.En una sociedad del relativismo absoluto,tendría que tener cabida el que acepta que existe la verdad, el que busca la verdad. Sin embargo, en la sociedad posmoderna, el relato con remitente es la única opción cuyo concurso no se acepta. Es el lobo de Caperucita, la burguesía del marxismo, el demonio del cristianismo. Se piensa que el que confía en la verdad es potencialmente un violento, ya que el que está convencido de la verdad tenderá a imponerla, incluso por la fuerza; porque, aunque no fuera un violento quien acepta la nítida diferencia entre verdad y mentira, el bien y el mal, me juzgará, aunque sea interiormente, si lo que hago no coincide con la verdad y el bien; me estará juzgando y eso,“no lo soporto, no lo soporto, no lo soporto”
No hay comentarios:
Publicar un comentario