El hombre es el único ser completamente bípedo, es decir, el único que se desplaza de manera continua (no de forma ocasional como los grandes simios) sobre sus extremidades inferiores. Esta bipedestación le permite liberar sus manos para valerse de ellas en otras tareas, en especial la fabricación de los valiosos útiles e instrumentos que han facilitado su adaptación a cualquier medio físico. Su elaboración y utilidades, además, se transmiten de generación en generación, y con ellas todo un complejo de pautas de comportamiento, tabúes, roles sociales y símbolos, que constituyen, en conjunto, lo que llamamos cultura. No podemos dejar de mencionar el gran volumen de nuestro cerebro, no en términos absolutos, pues hay especies con un encéfalo mayor que el nuestro, sino en proporción al tamaño de nuestro cuerpo y, sobre todo, la complejidad de su red neuronal, que nos ha permitido desarrollar un lenguaje articulado y, con él, una organización social de una enorme riqueza.
Inequívocamente humanas son nuestra organización familiar peculiar, que se debe a una infancia muy prolongada y a la ausencia de períodos de celo en las hembras, y una tendencia tal vez innata a la búsqueda de lo trascendente, que se manifiesta en la religión, la filosofía e incluso en la propia ciencia.
Inequívocamente humanas son nuestra organización familiar peculiar, que se debe a una infancia muy prolongada y a la ausencia de períodos de celo en las hembras, y una tendencia tal vez innata a la búsqueda de lo trascendente, que se manifiesta en la religión, la filosofía e incluso en la propia ciencia.
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