El 20 de febrero de 1947 el gobierno británico dio instrucciones a lord Mountbatten, último gobernador de la colonia, de preparar a la India para su independencia.La noche del 14 al 15 de agosto, Pandit Jawaharlal Nehru pronunciaba ante una multitud de más de cien mil personas: “Cuando suene la hora de la medianoche, mientras el mundo duerme, la India despertará a la vida y a la libertad”. La India comenzaba a caminar sola y dejaba tras de sí dos siglos siendo la joya de la corona británica. Nacían así, según el célebre título de Salman Rushdie, los Hijos de la medianoche. Cuando se materializó la independencia de la India y Pakistán, Gandhi profetizó que “ríos de sangre” emanarían de la partición y su visión pronto se hizo realidad.
La idea de la partición, la división de la India en dos estados separados, violaba uno de los ideales de Gandhi y de Nehru, aunque este último había reconocido que “la India es un invento de los ingleses”. Gandhi condenaba la división como una “vivisección” y rechazó celebrar la misma cuando esta se hizo efectiva.
Lord Mountbatten describió a Gandhi como una “fuerza de pacificación unipersonal” y este, a pie, descalzo y con setenta y siete años, se desplazó de pueblo en pueblo para intentar poner fin a la violencia, recurriendo incluso a huelgas de hambre para acabar con aquella sinrazón, embargado “por una terrible desazón ante la locura humana que puede convertir al hombre en algo peor que una alimaña”.
El poeta mexicano Octavio Paz escribió en Vislumbres de la India (1995) que “la peculiaridad más notable, la que marca la India, no es de índole económica o política sino religiosa, la coexistencia del islam y el hinduismo. La presencia del monoteísmo más extremo y riguroso frente al politeísmo más rico y matizado es, más que la paradoja histórica, una herida profunda. Entre el islam y el hinduismo no solo hay oposición sino incompatibilidad”. Bajo el firme liderazgo de Nehru continuaron viviendo en la India 50 millones de musulmanes y la ola de odio religioso y violencia que recorrió el país fue aplacándose, aunque no la enemistad entre India y Pakistán.
La idea de la partición, la división de la India en dos estados separados, violaba uno de los ideales de Gandhi y de Nehru, aunque este último había reconocido que “la India es un invento de los ingleses”. Gandhi condenaba la división como una “vivisección” y rechazó celebrar la misma cuando esta se hizo efectiva.
Lord Mountbatten describió a Gandhi como una “fuerza de pacificación unipersonal” y este, a pie, descalzo y con setenta y siete años, se desplazó de pueblo en pueblo para intentar poner fin a la violencia, recurriendo incluso a huelgas de hambre para acabar con aquella sinrazón, embargado “por una terrible desazón ante la locura humana que puede convertir al hombre en algo peor que una alimaña”.
El poeta mexicano Octavio Paz escribió en Vislumbres de la India (1995) que “la peculiaridad más notable, la que marca la India, no es de índole económica o política sino religiosa, la coexistencia del islam y el hinduismo. La presencia del monoteísmo más extremo y riguroso frente al politeísmo más rico y matizado es, más que la paradoja histórica, una herida profunda. Entre el islam y el hinduismo no solo hay oposición sino incompatibilidad”. Bajo el firme liderazgo de Nehru continuaron viviendo en la India 50 millones de musulmanes y la ola de odio religioso y violencia que recorrió el país fue aplacándose, aunque no la enemistad entre India y Pakistán.
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