sábado, 25 de enero de 2025

Educar es enseñar a desear lo bello

Educar, decía Platón, es enseñar a desear lo bello. Lo bello, decían los griegos, es la expresión visible de la verdad y de la bondad. La potencia del bien se ha prefigurado en la naturaleza de lo bello, afirmaba Platón. En los griegos no existe una verdad que no sea bella, o una belleza que no sea expresión de lo verdadero y de lo bueno. Verdad, bondad y belleza, también llamados trascendentales, forman un todo indivisible.
Podríamos decir que la razón de ser de la educación clásica es que el educado aspire a encarnar la belleza. Que sienta placer al hacer el bien, conocer la verdad y saborear lo bello. La virtud, por lo tanto, no consiste en un suplemento de fuerza en la voluntad, o en ir meramente a contracorriente de las propias tendencias: consiste en que todo el ser marque una tendencia natural hacia los trascendentales. El virtuoso no es aquel que sufre continuamente al hacer por deber lo que le disgusta, sino el que disfruta haciendo el bien, buscando la verdad y anhelando lo bello. Llana y sencillamente lo hace porque le da la gana. El motor de la virtud es la belleza, es bello aquello que tiene sentido. Podemos imaginar algo falso, pero solo podemos encontrar sentido y comprender aquello que es verdadero, decía Newton. Es precisamente por tener sentido que la belleza llena de sentido al que la anhela.

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