Cualquiera que pasee por Nápoles observará que una de sus avenidas principales (la vía D. Pedro de Toledo) lleva un nombre claramente español. Su castillo de referencia, asimismo, es de época aragonesa. El archivo de Estado de esta ciudad se encuentra justo delante de un busto de Felipe IV, uno de los Austrias. Si viajamos por Italia hasta Roma, encontraremos un sin fin de vestigios que rememoran la presencia de esta dinastía. Baste recordar la casa madre de los Jesuitas, donde se guarda un lugar muy especial para el recuerdo de San Francisco Javier, aquel misionero que llegó a China y Japón en el siglo XVI, o de su fundador, San Ignacio de Loyola. Diferentes ciudades del centro y norte de Europa, como Brujas, conservan palacios o casas principales correspondientes a los grandes mercaderes castellanos del siglo XVI. Algunas fortificaciones del norte de África construidas por las huestes de los Austrias todavía hoy resisten el paso del tiempo. Finalmente, cabe recordar la permanente y constante presencia de lo hispano en el continente americano, incluidas algunas zonas de Estados Unidos como California, donde la Biblioteca Pública de Los Ángeles mantiene en un enorme mural una representación de lo español cargado de tintes positivos. Ninguno de estos vestigios sería posible sin los Austrias. Los Austrias, o la casa Habsburgo, como se la conoce en otros países, ha sido una de las grandes familias europeas desde el siglo XIII. Su procedencia se sitúa en la zona de Suiza, de donde pasaron a Austria, y ahí se hicieron fuertes en época bajomedieval. Su nombre español resulta de esta evolución.
Los territorios que formaban parte de la Monarquía Hispánica tuvieron un mismo rey al tiempo que conservaron sus propias tradiciones de gobierno. Hoy diríamos que formaron un entramado federal, aunque en realidad constituía una monarquía compuesta, no tan centralizada como se decía en el siglo XIX. La Monarquía Hispánica no fue un Estado-nación, sino un entramado plural, como hoy lo es la Unión Europea.
Los Austrias estuvieron a la cabeza de un sistema político compuesto, empleando la terminología del historiador británico John Elliot. Las monarquías compuestas se caracterizaban por la agregación de territorios bajo el común mandato del monarca. Los Austrias fueron aumentado sus posesiones por vía matrimonial y militar, o ambas al mismo tiempo. Pero su régimen de gobierno mantuvo siempre una característica; cada reino conservaba su lengua, sus costumbres, sus instituciones, su sistema fiscal y su cultura política. Sus territorios se movían en el particularismo, cada cual se sostenía en una organización propia que no tenía que coincidir necesariamente con la de otros reinos, aunque se compartiera rey, aunque este fuera un Austria. Aquella sociedad aspiraba a la conservación, a mantener un pretendido ideal de organización perfecta, que en cada lugar se asociaba a su propio orden político.No son los Austrias soberanos de España y de un conjunto de agregados. Fueron reyes, siguiendo un documento de Felipe IV, “de Castilla, de León, de Aragón, de las Dos Sicilias, de Jerusalén, de Portugal, de Navarra, de Granada, de Toledo, de Valencia, de Galicia, de Mallorca, de Sevilla, de Cerdeña, de Córdova, de Córcega, de Murcia, de Jaén, de los Algarves, de Algeciras, de las Islas de Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales, Islas y Tierra Firme del Mar Océano; Archiduque de Austria, Duque de Borgoña, de Brabante y Milán; Conde de Flandes, Tirol y Barcelona; señor de Vizcaya y de Molina, etc.” La presencia de estos títulos refleja, en realidad, esta idea de que los Austrias fueron señores en cada uno de sus territorios correspondientes, y no dirigentes de una entidad única. Hubo un elemento que sirvió de aglutinante en torno a los Austrias, la religión, el catolicismo. La Edad Moderna se caracterizó por el incremento del control social a partir del hecho religioso.
Referencia:Breve historia de los Austrias (David Alonso García)
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