Desde lo que hoy nos parecería apenas una aldeíta al borde del mar Egeo, pudo iniciarse, hace 2.500 años, el mayor sendero hacia la inteligencia, la belleza, la dignidad de vivir que ha conocido nuestra especie; el eje que une a Atenas con Jerusalén y con Roma. También la amarga constancia de cómo aun eso, lo más grandioso, puede ser borrado de nuestra memoria. Hasta llegar al páramo cultural y moral de nuestro tiempo. El retorno a la barbarie amenaza siempre a los hombres. Es ésa una lección mayor. No meditar con seriedad en ella, es ya estar sin remedio perdidos, escribe el filósofo Gabriel Albiac.
Hay que echar la vista atrás para meditar este presente como etapa conclusiva de un ciclo histórico, en el curso del cual Europa fue inventada y es ahora destruida. En este mundo nuestro, al cual Estados impensablemente invasivos lograron transmutar en espectáculo moralmente miserable, en brutal impostura al servicio de poderes inasibles, el envite habría llegado al límite: “Tiranocracia o éticocracia”, llama Gomes de Liaño al callejón sin salida del hombre contemporáneo. Hay que retomar la senda del itinerario intelectual y moral que alumbraron hace dos mil años Cicerón, Séneca, San Pablo. Y puede que esa sea la última línea de la luz en el crepúsculo.
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