Pocas cosas también se alcanzan con menos frecuencia, aunque se pongan los ingredientes que a los hombres nos parecen necesarios para conseguirla; quizá la salud, el dinero, el amor, el éxito, el aprecio de los demás… Sin embargo, la felicidad, tal como la desea nuestro corazón, es algo que, si nos descuidamos, se deja para un futuro indeterminado, cada vez más lejano, que se nos escapa de las manos con el paso de los años. Nos parece que este tipo de palabras,felicidad, alegría, gozo, paz,expresan realidades parecidas a raras monedas de coleccionista, de gran valor pero difíciles de encontrar. Cuánto daríamos por un mes, por un día, o al menos por una tarde de alegría verdadera, de amor auténtico. Se cuenta que, a la muerte de Abderramán III, se encontró un billete escrito por el propio califa, que decía “he poseído todo lo que un hombre puede desear en este mundo, he vivido 75 años, he reinado 50…, he sido feliz 9 días”. El deseo de felicidad es tan grande y tan intenso en todos los hombres que no se puede colmar del todo aquí en la tierra ya que “es de origen divino. Dios lo ha puesto en el hombre con el fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer”, dice el Catecismo de la Iglesia Católica.
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