En las relaciones de Manuel Azaña con Cataluña, José María Marco sostiene que nadie llegó tan lejos como Azaña cuando, en 1930, admitió que habría que dejar ir en paz a Cataluña si algún día “quisiera remar sola en su barca”. Ya en el Gobierno, fue presidente del Consejo de Ministros y presidente de la Segunda República, la intención de no dejar pasar nada incompatible con la Constitución implicó que la Constitución acabara amoldándose al Estatuto nacionalista; la aparente posición de centro de Azaña no lo era en realidad y la balanza se inclinaba siempre del lado del nacionalismo. El profesor Marco escribe que “a cambio de sus votos, Azaña y la República abandonan Cataluña a los nacionalistas catalanes”.
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