Para González Cuevas, profesor titular de Historia de las Ideas Políticas y de Historia del Pensamiento Político Español en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, "en la lucha de las ideas no sólo el lenguaje se utiliza como arma política; también los ritos y los símbolos juegan un papel crucial. De particular relevancia para la causa política resulta contar con mitos, con iconos venerables encarnados en personajes célebres, instituciones, períodos, que la narración histórica suele encuadrar muy por encima de la historia real. En ese sentido, es preciso tener en cuenta el carácter político del saber histórico. En sus Cuadernos de la cárcel, el pensador comunista Antonio Gramsci planteó la relación entre el pasado y el presente histórico. A su entender, “el presente comprende todo el pasado”. En ese sentido, la crítica del presente no significa tan sólo su “discontinuidad” y “revocabilidad”; significa igualmente la necesidad de incluir en la crítica del presente la del pasado. Sin esta dimensión, la crítica del presente resulta parcial y, por lo tanto, también inadecuada, inactual. Si es verdad que la historia es el presente; es también verdad que el presente es historia. Gramsci señaló también, precisamente, que si el presente es “crítica del pasado, además (por ello) es su propia superación”.
A la percepción gramsciana pueden sumarse las meditaciones de Walter Benjamin sobre los denominados “juicios de la historia”, que, según el pensador alemán, nunca son absolutamente definitivos ni inmutables. Desde esta perspectiva, el porvenir puede reabrir expedientes históricos supuestamente “cerrados”, “rehabilitar” personajes y tendencias políticas calumniadas; reactualizar esperanzas y aspiraciones vencidas; redescubrir combates olvidados o juzgados “utópicos”, “anacrónicos” y “a contrapelo del progreso”. En ese caso, la apertura del pasado y la apertura del futuro están íntimamente asociados. Los planteamientos benjaminianos están plenamente vigentes en los ámbitos intelectuales de la izquierda radical.“En ese sentido, la interpretación del pasado constituye una directa intervención en el presente; el conocimiento del pasado se convierte en un instrumento privilegiado para interrogar al presente y para comprender lo que de novedad éste nos trae; en la narración del pasado se hacen presentes programas de carácter político, social y simbólico. Por ello, en el campo historiográfico resulta de singular importancia la articulación hegemónica de lo que Allan Megill denomina una “narración maestra”, es decir, un relato sintetizador de la trayectoria de una sociedad o una nación. Existen narraciones maestras: “democratización”, “secularización” o “crecimiento económico”. Quien logra articular su narrativa maestra en el campo historiográfico vence en la batalla cultural”,escribe el profesor González Cuevas.
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