La principal función de los banqueros en la Edad Media, que pronto se dedicaron al préstamo, consistía en la cesión temporal de dinero a cambio de unos intereses determinados (30-40%), que constituían su beneficio. Por la costumbre de realizar las operaciones siempre en el mismo lugar, generalmente un banco de la plaza pública, la denominación actual de las oficinas, bancos, procede de entonces, al igual que el término bancarrota, que hoy día se emplea para designar la quiebra de una entidad, ya que en aquel tiempo, cuando alguno se arruinaba, rompía públicamente el banco o asiento donde realizaba las operaciones habituales. Se trataba de personas mal vistas, tenidas por usureras porque los préstamos que concedían llevaban aparejados intereses abusivos. El historiador Luis Suárez las describe diciendo que proporcionaban préstamos a cambio de elevados intereses o solicitando una prenda (objetos personales, ropa…) que era devuelta a su propietario si este pagaba el préstamo. Los campesinos se veían obligados a recurrir a ellos para comprar herramientas, pagar otras deudas o conseguir su libertad del señor feudal. Los prestamistas fueron conocidos como usureros; las leyendas y los rumores les convirtieron en culpables de todos los males que aquejaban a la población, sobre todo en tiempos de crisis económica. La Iglesia tuvo a los prestamistas por grandes pecadores, ya que ejercer la usura era uno de los delitos más graves que se podían cometer contra el prójimo.
En general, la nobleza se hallaba ausente de las transacciones financieras, puesto que basaba su riqueza en la tierra; por ello, las finanzas fueron una actividad propia de los burgueses, quienes lograron enriquecerse de esta manera. La circulación de dinero fue teniendo un papel determinante en el consumo de productos orientales de lujo, en lo cual repercutió el refinamiento de la vida ciudadana y las clases burguesas acomodadas frente a la rudeza en los usos de la nobleza feudal.
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