“La primera década de la Transición española fue de crisis y penuria económica, paro masivo, desindustrialización y depresión social. Los efectos de la crisis económica que arrancó en 1973 (crisis del petróleo) y llegó hasta 1986 (incorporación a la Comunidad Económica Europa).El movimiento obrero, que protagonizó la crisis del franquismo, sencillamente desapareció en los diez primeros años de democracia. Fue primero derrotado políticamente, luego integrado en los sindicatos democráticos y finalmente hecho trizas por el proceso de reconversión y desindustrialización, que terminó de minar las bases culturales de sus comunidades (los barrios obreros). Por eso la Transición tuvo, según la posición social y según la suerte de cada cual, un sabor ya a modernización y progreso, ya a derrota y desesperación. Consolidada la democracia española, esta se constituyó como un régimen de y para las clases medias”, escribe el historiador Emmanuel Rodríguez López.
Los años ochenta fueron la década prodigiosa de la enajenación de grandes empresas públicas (SEAT, ENSIDESA, Tabacalera), de la compra de la mayor parte del sector de procesamiento alimentario por empresas francesas e italianas o de la industria farmacéutica por las compañías alemanas. Empujada por la entrada de capitales, la economía española se disparó, pero ya no sobre la base del crecimiento industrial de los años setenta. En su lugar, el sector inmobiliario y la bolsa estaban dando forma a una nueva modalidad de crecimiento. Durante la segunda y la tercera legislatura socialista (1986-1992), el capitalismo español encontró su camino. España se convirtió en el lugar privilegiado de las burbujas financiero-inmobiliarias continentales.
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