“Para la mentalidad iluminista, el mundo no necesita del amor de Dios. El mundo es autosuficiente, y Dios, a su vez, no es en primer lugar amor; es en todo caso intelecto, intelecto que eternamente conoce. Nadie tiene necesidad de Su intervención en este mundo, que existe, es autosuficiente, transparente al conocimiento humano, que gracias a la investigación científica está cada vez más libre de misterios, cada vez más sometido por el hombre como recurso inagotable de materias primas. Es este mundo el que tiene que dar la felicidad al hombre. Cristo, en cambio, dice a Nicodemo que “Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo unigénito para que el hombre no muera” (cfr. Juan 3,16). De este modo Jesús da a entender que el mundo no es la fuente de la definitiva felicidad del hombre. Es más, puede convertirse en fuente de su perdición.Este mundo,que aparece como un gran taller de conocimientos elaborados por el hombre, como progreso y civilización, este mundo, que se presenta como moderno sistema de medios de comunicación, como el ordenamiento de las libertades democráticas sin limitación alguna, este mundo no es capaz, sin embargo, de hacer al hombre feliz”, escribe Juan Pablo II.
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