Desde la eclosión del islam en los desiertos árabes en el siglo VII ha habido repetidos choques entre Occidente y Oriente. Los seguidores de Mahoma emprendieron la yihad contra los de Jesucristo, y los cristianos les devolvieron el cumplido con las cruzadas a Tierra Santa y la reconquista de España y Portugal. En los últimos trescientos años Occidente ha ganado constantemente este choque de civilizaciones. La principal razón de ello ha sido la superioridad de la ciencia occidental.
Johannes Oporinus. |
El Corán se tradujo al latín y fue publicado en Basilea por el impresor Johannes Oporinus. Cuando en 1542 el ayuntamiento de Basilea prohibió la traducción y confiscó los ejemplares disponibles, el propio Lutero escribió en defensa de Oporinus: “Me ha sorprendido que alguien haya podido hacer algo tan doloroso para Mahoma o los turcos, algo que puede causarles tanto daño (más que con todo el armamento), como traer su Corán a los cristianos a la luz del día, donde ellos pueden ver qué clase de libro absolutamente maldito, abominable y pésimo es, lleno de mentira, fábulas y abominaciones que los turcos ocultan y disimulan… para honrar a Cristo, para hacer el bien a los cristianos, para perjudicar a los turcos y fastidiar al diablo, liberad este libro y no lo retengáis… Hay que abrir las llagas y heridas para poder curarlas”. Así, en 1543 se publicaron tres ediciones, a las que seguiría una cuarta siete años más tarde.
Hacia el final del siglo XI, los clérigos islámicos argumentaron que el estudio de la filosofía griega era incompatible con las enseñanzas del Corán. Era blasfemo sugerir que el hombre pudiera ser capaz de discernir la manera de actuar divina, que Dios siempre podía variar a voluntad. En palabras de Algazel “es raro que alguien se consagre a esta ciencia sin renunciar a la religión y soltar las riendas de la piedad dentro de sí". Bajo la influencia clerical, se restringió el estudio de la filosofía antigua y se quemaron libros. El mundo musulmán también se resistió a la imprenta. Para los otomanos, la escritura era sagrada, sentían una reverencia religiosa por la pluma, y prefirieron el arte de la
caligrafía al negocio de la impresión. “La tinta del erudito, se decía, es más sagrada que la sangre del mártir.” En 1515, un decreto del sultán Selim I había amenazado con la muerte a cualquiera a quien se descubriera usando una imprenta. Este fracaso a la hora de reconciliar el islam con el progreso científico habría de resultar catastrófico. Los científicos musulmanes, que antaño proporcionaran a los eruditos europeos ideas e inspiración, quedaron aislados de las últimas investigaciones.
Sultán Selim I. |
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