Cuenta el periodista norteamericano Sebastian Junger en su libro Guerra que el primer objetivo del médico de combate es llegar al herido lo antes posible, lo que en ocasiones significa correr mientras se están produciendo los disparos allí donde todos los demás se ponen a cubierto. “Los médicos son famosos por su valentía, pero los que conocí yo lo describían de otro modo, insistiendo en el terror que les suponía pensar en no llegar a tiempo de salvar la vida de los heridos. En lo único que piensan cuando corren hacia delante para tratar a un herido es en llegar antes de que el tipo se desangre o se ahogue; apenas se dan cuenta de las balas que vuelan por la zona”.
Una vez estaban trepando por la penosa ladera de la Roca de la Mesa, después de una operación de veinticuatro horas, y un hombre de otro pelotón comenzó a desfallecer. “Aquí no le puede dar un pasmo, en la oscuridad, no tiene derecho a que le dé”. La idea de que no se te permite experimentar algo tan humano como el agotamiento resulta brutal en todas las circunstancias, salvo en combate. El agotamiento es, en parte, un estado de ánimo, y que los hombres que sucumben al cansancio han decidido, hasta cierto punto, ponerse a sí mismos por delante de los demás. Si no estás dispuesto a seguir andando por alguien, menos dispuesto estarás a morir por los demás, y esto pone en duda la idea misma de que uno deba seguir siendo miembro de la sección.
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