El síntoma capital de la hipocondría es la preocupación que siente él por su salud. Decía el profesor Vallejo-Nágera que el hipocondríaco medita constantemente sobre sus síntomas, reales o imaginarios, llega a percatarse de signos funcionales que escapan habitualmente a la conciencia (intensidad de los latidos cardíacos, estado del pulso, funciones digestivas, etc.). Desarrolla una sorprendente sutileza en la captación de sensaciones cenestésicas (del interior del cuerpo). Es prolijo en la descripción de su cuadro clínico, aclara repetidas veces el alcance de cada una de sus descripciones; además de hacerlo ante el médico, es su tema predilecto de conversación. La atención del hipocondríaco se centra no sólo en el estudio de sí mismo (se toma el pulso y la temperatura y el número de respiraciones por minuto varias veces al día, es el primero en comprarse un aparato para medir la tensión arterial), sino también en la cantidad y composición de los alimentos. Sabe con qué aguas minerales hace mejor la digestión, qué grados de ventilación o de temperatura le conviene, etc. La
sintomatología más típicamente hipocondríaca es la sugestiva, que experimenta acompañada de una especial alteración negativa del estado de ánimo, sumamente desagradable, que le hace colocarse en actitud fóbica frente a sus molestias, de las que siempre cree que son el comienzo de enfermedades graves. El hipocondríaco acaba renunciando a casi todo para consagrarse a cuidar su presunta enfermedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario