sábado, 8 de diciembre de 2018

Tiempo.


Una idea que aflora en las obras de Aristóteles y de los primeros filósofos de la naturaleza islámicos, antes de ser recogida de manera memorable por san Agustín y Filón de Alejandría, es que el tiempo es algo que nace con el universo. Antes de que el universo fuera, no había tiempo, no había ningún concepto del antes. Semejante artificio permitió a los escolásticos medievales soslayar difíciles adivinanzas sobre lo que tuvo lugar antes de la creación del mundo y lo que la deidad estaba haciendo en ese período. 

En esencia, dice John Barrow, el tiempo se ve como un fenómeno derivado, ligado inextricablemente a los contenidos del universo. El comienzo del tiempo es el instante en el que las constantes y las leyes de la naturaleza han de aparecer, ya formadas y dispuestas a actuar. San Agustín escribe en La ciudad de Dios: Así pues, el mundo fue hecho con toda seguridad, no en el tiempo, sino simultáneamente con el tiempo. Pues lo que es hecho en el tiempo es hecho tanto después como antes de algún tiempo, después de lo que es pasado y antes de lo que es futuro. Pero no había nada que pudiera ser pasado en aquel entonces, pues no había criatura alguna cuyos movimientos pudieran servir para medir su duración. Así pues, el mundo se hizo simultáneamente con el tiempo.

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