Si se explica la evolución recurriendo únicamente al azar y a la necesidad, a la mutación y a la selección, no sólo habrían hecho falta cuatro mil millones de años para producir la vida que hoy día podemos observar sobre la superficie terrestre, sino por lo menos cien mil.
En la teoría de Darwin existe una conjetura implícita de que existe un elemento orientador, un componente acelerador, un elemento formador con capacidad creativa. Campbell tiene la idea de la downward causation, según la cual hay algo que opera “desde arriba”. El profesor Lorenz, habla de “fulguración”, como si una especie de relámpago iluminara de repente el horizonte de la evolución. Lorenz manifiesta que “la fulguración, la aparición de una cosa totalmente nueva, de algo que hasta un momento determinado no había existido, es una condición sine qua non que determina el ritmo de la evolución. Esta condición debe por fuerza darse, pues de lo contrario el ritmo sería excesivamente lento”.
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