A menudo se dice que todas las normas sociales son una imposición de unos sobre otros. Todos nos enfadamos cuando alguien nos interrumpe en mitad de una frase; nos enfrentamos a quien intente colarse en una fila; tocamos la bocina al coche que nos cierra en paso en un cruce. Estas son formas de expresar nuestra desaprobación social, de castigar al infractor. Pero el hecho de que las normas nos sean impuestas no significa que sean represivas o que representen una limitación intolerable de la libertad individual. Allá donde exista un conflicto de acción colectiva, siempre habrá una razón para saltarse las normas. Al ver un grupo de gente que espera pacientemente en fila, la tentación de colarse es inevitable. Es necesario algún tipo de control social para mantener un sistema de beneficios mutuos; por eso conviene castigar la desobediencia. Pero esto no significa que todas las normas sociales sean tiránicas o restrictivas, ni que quienes las obedecen sean simples conformistas o cobardes.
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