El niño, antes de partir hacia el colegio, ya lleva un tiempo de mensajes mediáticos en su cerebro y que las nuevas formas de vida han dispersado a la familia y han aumentado la soledad del menor, que se refugia en los medios audiovisuales y tecnológicos (TV e Internet). Dice Miguel Roiz que “las técnicas fundamentadas en la manipulación de los signos, códigos y referentes de la imagen permiten un control “indirecto” de las actitudes (y, en consecuencia, de los comportamientos) por mecanismos subliminales; y se imponen significados valorativos desde los emisores, utilizando códigos emocionales y técnicas de aceleración y cambio rápido de las imágenes, con lo que se logra eliminar la capacidad de reflexión”. Santamaría y Casals escribe que
“los medios de comunicación usan de la función persuasiva que pretende arbitrar el control social sobre el conjunto de los individuos. Estos medios son los grandes instrumentos que regulan la conducta económica, política, ética y psicológica de la sociedad; son unos de los grandes recursos usados en la forja de nuevas actitudes que adaptan a los individuos a las situaciones que se van creando. La realidad es que los discursos de los medios, situados en su contexto y utilizados de una forma adecuada, poseen una fuerza muy importante y consiguen los resultados que todo el mundo conoce”. Por último, hay una carencia esencial en la proyección de los mensajes
mediáticos que se refiere a su metodología: la carencia de metodología, el rompecabezas de datos sin configurar, ésa es su metodología y uno de los basamentos de su dominio. Como apunta Miguel Roiz, los medios actúan “sin pararse a pensar en la necesidad cada vez más urgente de una educación integral para la convivencia, no basada solamente en fogonazos e imágenes de atención”. Y es lógico desde la óptica mercantil, los medios están para hacer negocio, no para formar. El exmagnate ruso de la comunicación, Vladímir Gusinski, declaró en un reportaje emitido en el año 2001 en Informe Semanal (TVE-1): “Ahora mi negocio son los medios de comunicación”.
Todos vamos televisándonos, dice Ramón Reig, vamos compartiendo, como si un enorme campo de cultivo de mentes zombis se tratara, el lenguaje de la nada. Por todo el mundo, los niños del poblado Gorotire en la Amazonia brasileña ven He-Man y los Picapiedras igual que los niños españoles y norteamericanos. Los padres de Gorotire llaman a la televisión el “gran duende” y su viejo brujo dice: “La noche está hecha para que los mayores enseñen a los pequeños. La televisión nos ha robado la noche”.
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