Eugenio Pio Zolli ,Gran Rabino de Roma durante la Segunda Guerra Mindial, publica en 1935 “Israel”, un estudio histórico y religioso. Con una franqueza y una honestidad rara en muchos estudiosos judíos, dice su biógrafa Judith Cabaud, Zolli intenta remontarse a los orígenes del monoteísmo judío. A medida que se acerca a su fuente, el rabino reacciona como Moisés ante la zarza ardiendo, siente que aquel concepto único en el mundo no deriva de un razonamiento, sino de un corazón ardiente. Para él se trata, por tanto, de una “conciencia hecha fuego que ilumina, que consume, que atrae, y que no puede ser el resultado de una reflexión”. Como Moisés ante las llamas en el Monte Horeb, el rabino Zolli constata que «el hecho religioso no puede ser expresado sólo con palabras. No es posible, por tanto, penetrar en el misterio de la experiencia religiosa de la conciencia de otro con una lógica cerrada. Las revoluciones en el corazón de la vida espiritual se verifican con la misma naturaleza con la que un rayo de sol atraviesa las nubes. El monoteísmo judío tiene por tanto su origen en un deseo espontáneo de la verdad. Existe una sed de Dios que a continuación vendrá resumida en la historia del pueblo judío en una sola Persona, la del Dios Hecho Hombre”.
Y añade Zolli que “la obediencia a la Ley y el cumplimiento de los ritos son virtudes peligrosas para el Hombre, porque le pueden dar la sensación de poder bastarse consigo mismo. En el amor de Dios está también el amor a la Ley, que es divina, pero que no es Dios, como una obra maestra es la expresión del genio de un artista, pero sin ser el artista mismo. El amor a la Ley prevalece a menudo (en el judaísmo) sobre la Ley del Amor”.
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