En junio de 1999, Shawn Fanning, un joven estudiante de primer año de la Northeastern University, crea Napster, y se convierte en uno de los fenómenos tecnológicos de más rápida difusión de la historia. En febrero de 2001, en menos de dos años, alcanzaba ya a más de veintiséis millones de usuarios verificados en todo el mundo, y se calcula que llegó a tener unos noventa millones. Cuenta Enrique Dans que las múltiples batallas legales emprendidas por la industria de la música, a pesar de conseguir el cierre de Napster en 2002 y de llevar a juicio a más de treinta mil usuarios por descargar música de Internet, nunca llegaron a conseguir que el fenómeno de las descargas disminuyese su cadencia. Hoy, prácticamente toda la música está disponible en redes P2P, y los usuarios son perfectamente libres para descargarla.La música se ha liberado de su soporte físico, y ahora circula libremente en la red mediante esquemas de todo tipo, desde modelos de pago hasta P2P, pasando por streaming o simples búsquedas que conducen a descargas directas. De repente, la posibilidad de hacer una copia de una obra, que era precisamente lo que se suponía protegía el copyright, era algo al alcance de cualquiera. Tan al alcance de cualquiera, que resultaba de imposible protección.Todo en Internet es copia de un original almacenado en un servidor. Por tanto, proteger el derecho del autor de percibir una remuneración por cada copia, cuando generalmente esas copias realizadas no generan ningún tipo de transacción económica, pasa a resultar completamente absurdo y sin sentido. E intentar perseguir a quienes copian lo es, obviamente, mucho más.
Los datos recogidos entre los años 2004 y 2008 por The Times dejan meridianamente claro que mientras los ingresos de las compañías discográficas descienden de manera notoria y con ritmo constante, los ingresos percibidos por los artistas ascienden fuertemente debido a conceptos como música en directo, merchandising o pago de royalties.
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