El totalitarismo constituye el error opuesto al individualismo. Considera que el individuo, considerado capaz de perseguir tan sólo su propio bien, no está dispuesto por sí mismo a actuar de forma constructiva junto con los demás. El individuo así concebido representa, por tanto, un elemento de oposición a la comunidad y al bien común. Por consiguiente, según el totalitarismo, para realizar el bien común no habría más vía que obligar por la fuerza al hombre a actuar de una determinada manera. Lo mismo puede decirse del colectivismo, que se incluye en la esfera del totalitarismo. El filósofo ruso Berdiaev escribe a ese respecto: “La esclavitud y la seducción del colectivismo nacen de transferir la comunión espiritual, el sentimiento de comunidad y la universalidad, del sujeto al objeto; de objetivar tanto las funciones parciales de la vida humana, como la vida humana en su conjunto. El colectivismo es invariablemente autoritario; en él el centro de la conciencia y del sentido moral está situado fuera de la persona, en las agrupaciones colectivas, sociales, de masa; por ejemplo, en el ejército o en los partidos totalitarios. Los mandos, los partidos, pueden ahogar completamente la conciencia de la personalidad, dar origen a conciencias colectivas que coexisten con la conciencia personal”.
K. Wojtyla |
K. Wojtyla escribe que “el individualismo intenta proteger el bien del individuo de la comunidad; el totalitarismo, como confirman diversas experiencias de la historia, intenta protegerse del individuo en nombre del bien común entendido de forma específica. Sin embargo, en la base de estas orientaciones, de estos dos sistemas de pensamiento y de comportamiento, hallamos una concepción idéntica del hombre”.
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