Afirma Anatole France que “sin los utopistas del pasado, los hombres todavía vivirían en cavernas, desnudos y miserables. Fueron los utopistas los que delinearon la primera ciudad. Los sueños generosos producen realidades benéficas. La utopía es el principio de todo progreso y el ensayo de un mundo mejor”.
Todo lo que ha acontecido a lo largo de eso que llamamos historia humana es tan remoto y, en cierto sentido, tan mítico como la misteriosa isla que Rafael Hitlodeo, erudito y navegante, le describiera a Tomás Moro. A no ser, claro está, que quedase registrado en un edificio, en un libro o de cualquier otra forma. Una buena parte de dicha historia resulta incluso menos sustancial. Los icarianos, que vivían únicamente en la mente de Étienne Cabet, o los freelanders que habitaban la imaginación de un pequeño y árido economista austríaco, han tenido más influencia en la vida de nuestros contemporáneos que los etruscos que una vez poblaron Italia, por más que estos pertenezcan a lo que llamamos el mundo real y los freelanders y los icarianos vivieran en… Ninguna Parte. Tal vez Ninguna Parte sea un país imaginario, pero las Noticias de ninguna parte son noticias de verdad. Insisto, mientras mantenga su capacidad de movilización, el mundo de las ideas, las fantasías y las proyecciones resulta tan real como el poste que pateó Samuel Johnson para demostrar que era sólido. El hombre que respeta plenamente el derecho a la propiedad se mantiene alejado de las tierras de su vecino tal vez de forma más eficaz que aquel al que meramente se le prohíbe la entrada mediante una señal de “prohibido el paso”. Resumiendo, no podemos ignorar nuestras utopías. Existen de la misma manera en que existen el norte y el sur, escribe Lewis Mumford.
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