En cuanto a los matrimonios, manifiesta el profesor Juan Moya, “uno de los más graves problemas son los divorcios. Las causas son diversas pero la mayor parte podrían evitarse si ambos cónyuges estuvieran decididos a poner los medios necesarios para ser fieles al compromiso de indisolubilidad contraído al casarse. Y también si se pensara más en el terrible mal que se ocasiona a los hijos aunque sean mayores.Entre las causas de los divorcios están las infidelidades, discusiones continuas, malos tratos.... Pero en la gran mayoría de los casos hay una causa común de fondo en la que a veces no se repara suficientemente y es de gran trascendencia, la indiferencia religiosa de los esposos.Se comprueba estadísticamente que la mayoría de los matrimonios que se rompen, además de la causa más inmediata o aparente, hay otra circunstancia importante, que esas personas viven como si no fueran cristianas; no practican su fe. Como también se comprueba que los matrimonios que viven su fe, raramente llegan a divorciarse. Se comprende que sea así, porque la indiferencia religiosa debilita las convicciones morales y doctrinales, y la influencia del ambiente relativista pesa más. Se olvidan los compromisos contraídos al casarse. Se recurre a justificaciones que no pueden serlo. Se cae en un sentido erróneo de la libertad, desligada de la verdad. El orgullo y la soberbia, más que la debilidad de la carne es el enemigo mayor, impide reconocer el error, pedir perdón o perdonar y recomenzar”.
Es necesario vivir el matrimonio con la conciencia clara de “pertenecer por completo sólo a una persona. Los esposos asumen el desafío y el anhelo de envejecer y desgastarse juntos. Esta firme decisión, que marca un estilo de vida, es una ‘exigencia interior del pacto de amor conyugal’, porque ‘quien no se decide a querer para siempre, es difícil que pueda amar de veras un solo día’”, escribe Juan Pablo II en Familiaris consorcio
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