Los políticos han tendido, en particular a lo largo del último siglo, a fomentar una pequeña cantidad de inflación en sus economías por varias razones. La primera, y la más importante, es que la inflación estimula a la gente a gastar antes que a ahorrar, pues erosiona lentamente el valor del dinero que tenemos en el bolsillo. En las modernas economías capitalistas, cierta dosis de este ímpetu resulta esencial, ya que, a largo plazo, es lo que anima a las compañías a invertir en nuevas tecnologías. Por otro lado, la inflación también erosiona la deuda, algo que en el pasado animó con demasiada frecuencia a los gobiernos endeudados a dejarla crecer más y más.
Ernest Hemingway escribió que “ la primera panacea para una nación mal administrada es la inflación de la moneda; la segunda es la guerra. Ambas traen una prosperidad temporal; ambas provocan una ruina permanente. Pero una y otra son el refugio de los oportunistas políticos y económicos”.
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