En la década de los noventa, el empleo para toda la vida, incluso entre las filas de los trabajadores cualificados, era ya una cosa del pasado. Cuando las corporaciones querían lealtad, cada vez más la compraban pagando a sus empleados con participaciones accionarias. En los cuarenta y cincuenta que una corporación se gastase millones de dólares para recomprar sus propias acciones a fin de elevar su valor se hubiera considerado manipulación del mercado. Desde los años ochenta, conforme se comenzaba a pagar a los ejecutivos en acciones, se ha ido convirtiendo en una práctica estándar y billones de dólares que se podrían haber dedicado a operaciones de expansión, contratación de trabajadores o investigación se han redirigido hacia Wall Street.
Por otro lado, la recompra de títulos por parte de las corporaciones sirve para dar rentabilidad al inversor elevando el beneficio por acción (a igual beneficio, hay menos títulos entre los que repartirlo), sino que también actúa de red para las acciones. Es una munición que se reservan las compañías para salir al mercado de compras que puede minimizar la presión bajista sobre sus acciones. De manera que si sus títulos caen, la empresa puede salir a su rescate minimizando el impacto de la corriente vendedora. Por ejemplo actualmente Telefónica propone la recompra del 2% del capital para su posterior amortización, junto con el actual paquete,1,49% del capital, que tiene en autocartera. Una operación que asciende a unos 1.180 millones de euros y que persigue repartir el dividendo entre un menor número de acciones, con el fin de ser más atractiva para el inversor.
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