La violencia y la libertad son incompatibles. La igualdad y la violencia van necesariamente de la mano, pues sólo a través de ella se puede pretender igualar aquello que la naturaleza, la suerte u otros factores, ha hecho diverso. La persecución de la igualdad es una empresa destinada al fracaso que necesariamente conducirá a un aumento permanente del control del Estado sobre la vida de las personas. Lo paradójico de esto es que, a pesar de todos los esfuerzos, la desigualdad siempre subsistirá en diversas formas, escribe Axel Kaiser. De partida, la élite igualitarista, como advirtió George Orwell, no será igual que el resto y gozará de toda clase de lujos y beneficios.
Dejar que el igualitarismo se convierta en el motor de los cambios institucionales constituye una amenaza de primer orden para un orden social civilizado y próspero, dice Kaiser. Como argumenta el filósofo alemán Max Scheler “la doctrina moderna de la igualdad es una evidente criatura del resentimiento”. La igualdad, dice Scheler, no tiene que ver con la justicia, la que exige igual comportamiento ante iguales circunstancias. La igualdad material como motivación de cualquier proyecto político se entrecruza, en un marco discursivo colectivista, con la explotación de la envidia conduciendo al incremento del control que los gobernantes ejercen sobre los gobernados. La verdad es que la única igualdad compatible con una sociedad de personas libres es la igualdad ante la ley y nunca a través de la ley.
No hay comentarios:
Publicar un comentario