Augusto Assia. |
En 1941 escribía el corresponsal de La Vanguardia en Londres, Augusto Assia, que la capacidad productora de la nación inglesa no depende de las horas de trabajo, sino de la salud y satisfacción de los obreros, un obrero en plena salud y contento con las condiciones del trabajo produce más en ocho horas que un obrero descontento y enfermo en catorce. Las horas extraordinarias, cuando no están muy bien reglamentadas y acompañadas por una estrecha vigilancia médica de los obreros, en vez de resultar favorables a la producción resultan contraproducentes. Ya en la guerra pasada un comité que estudió la cuestión acabó recomendando la eliminación de todas las horas de trabajo que excediesen de cincuenta y cinco por semana y, sobre todo, que no se permitiera que nadie quedara sin un día de descanso entre cada siete. El trabajo durante los domingos fue condenado en el informe de dicho comité y reducido al mínimo desde fines del año 1915. Después de Dunkerque olvidáronse, sin embargo, todas las experiencias de la guerra pasada, y bajo la presión de los trágicos
acontecimientos del verano de 1940, la maestranza inglesa recibió la orden de imponer la jornada de setenta y tres horas y media por semana. Durante los primeros meses la producción ascendió fulminantemente, pero poco después comenzó a decaer, descendiendo nueva y rápidamente al nivel anterior a Dunkerque y aun por debajo. Se observaron casos de ausencia por enfermedad, de relajamiento de la disciplina y desgana. Si no se les hubiera atajado con remedio rápido hubieran, probablemente, conducido a una ruina general de
la producción. El ministro del Trabajo, Bevin, en un discurso pronunciado en el otoño de 1940 ante el Parlamento, llamó la atención sobre este estado de cosas e hizo notar que la experiencia demuestra siempre que las jornadas excesivas resultan contrarias a la producción, y de acuerdo con los consejos científicos propuso como jornada ideal la de cincuenta y cinco o cincuenta y seis horas por semana para hombres, la de cuarenta y ocho para mujeres y la de cuarenta para menores de dieciocho años. Las fábricas atendieron las indicaciones del ministro y cosecharon pronto sus frutos. En cambio, otras que siguieron manteniendo la semana de sesenta horas para hombres y cincuenta y cinco para mujeres no solo no fabricaron más que las otras, sino que la calidad de su producción era manifiestamente inferior.
Ciudad de Londres bombardeada en la Batalla de Inglaterra. |
Ernest Bevin y Winston Churchill |
No hay comentarios:
Publicar un comentario