Desde el siglo VI, con la fundación de la Orden benedictina, cuya regla establecía la vida en común supeditada a la máxima ora et labora que predicaba la entrega a Dios por encima de todas las cosas, y la llegada a Él a través de la santificación y el trabajo para evitar la ociosidad del alma, la vida monástica imbuyó en el ambiente social un modelo de existencia orientado al otro mundo, siendo la religión el eje vertebrador también de la sociedad laica.
El monasterio se tuvo por una casa de contenido no solo material que cubría las necesidades vitales y espirituales tanto de los monjes como de todos los fieles, sino que su simbolismo se extendió a la casa del cielo en la tierra. Los monasterios fueron centros autosuficientes en un mundo lleno de miseria y calamidades. Siglos de donaciones y entregas de bienes terminaron produciendo un efecto adverso en la ideología monástica, dice el escritor Carlos Taranilla, puesto que la gran acumulación de riqueza
condujo a la relajación del voto de pobreza y, tanto en el siglo XI primero como en la centuria siguiente después, las sucesivas reformas de Cluny,los monjes negros, llamados así por el hábito de ese color, y Citeaux, donde volvieron al blanco de los primeros tiempos, tuvieron que velar por la pureza de la vida monástica. No obstante, tal abundancia económica había tenido como consecuencia positiva el desarrollo de una gran actividad artística que se plasmó en la promoción del arte románico.
San Odón de Cluny. |
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