jueves, 27 de septiembre de 2018

Los Estados Unidos no conoce ningún “gobierno de partidos”.

Se ha comparado a los dos antiguos grandes partidos norteamericanos con unos trusts gigantescos que disponen de un poderoso capital dominando todos los terrenos de compra y venta, de tal suerte que parece excluida toda posible competencia de terceros partidos que les puedan hacer sombra. Si aparece un competidor, los grandes partidos hacen todo lo posible para expulsarle de la arena electoral. Si hace falta, incluso aúnan esfuerzos por un tiempo para poder eliminar a unos competidores atrevidos.

Por otro lado, al norteamericano le es insoportable la idea de
pertenecer a un partido que sale una y otra vez de las urnas con unas cifras minúsculas de votos, que en el futuro previsible no va a tener ningún éxito palpable, y que, por lo tanto, lleva encima el estigma de lo ridículo, dice el economista y sociólogo alemán  Werner Sombart. En los días de elecciones, cuando el éxtasis que acompaña el éxito numeroso de los grandes partidos llega a su punto álgido, cuando en todos los periódicos se leen en grandes titulares los resultados electorales de sus candidatos, el político de minorías está obligado a quedarse al margen con cara de sufrimiento, resignado, y esto no se compadece nada con el carácter enérgico del norteamericano.



Los Estados Unidos no conoce, sin embargo, ningún “gobierno de partidos”. En el fondo, en el Parlamento en Washington ya no existe ningún partido. La fuerte disciplina durante las elecciones finaliza en el umbral del Parlamento. Aquí, el diputado individual actúa a su libre albedrío. La política, dice Werner Sombart, se disuelve en una serie de negocios privados que los diferentes diputados pactan, si les conviene, bien con el Gobierno, bien con los diferentes grupos de intereses de la población, que tienen sus representantes correspondientes en el Parlamento. Por ello las decisiones importantes se toman en la semiclandestinidad de las comisiones mientras que las asambleas plenarias han perdido importancia. Relacionado con lo anterior está también el fenómeno de que las mayorías ejecutiva y legislativa pertenecen con igual frecuencia tanto a los mismos partidos como a partidos diferentes.

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