Benedicto XVI, escribe que la Sagrada Congregación buscaba “atraer la atención de los pastores, de los teólogos y de todos los fieles sobre las desviaciones y riesgos de desviación ruinosos para la fe y para la vida cristiana que implican ciertas formas de la teología de la liberación y que recurren de manera insuficientemente crítica a conceptos
tomados de diversas corrientes del pensamiento marxista”. Ratzinger dice que quienes ven en las estructuras económicas y sociales injustas la raíz de todos los males han entendido todo al revés, pues es la libertad de actuar bien y de evitar el mal lo que está fallando, y que, por tanto, el pecado no es social, sino individual. Dando una lección sobre libertad, Ratzinger afirma que esta se encuntra en todos los seres humanos, incluyendo ricos y pobres. Y que de ella, y no de la revolución violenta, depende la resolución de injusticias y miserias. “Cuando se pone como primer imperativo la revolución de las relaciones sociales, escribe, y se cuestiona a partir de aquí la búsqueda de la perfección moral, se entra en el camino de la negación del sentido de la persona y se arruina la ética y su fundamento que es el carácter absoluto de la distinción entre el bien y el mal”.
justificar su propuesta revolucionaria. El marxismo no tendría de “científico” más que una pretensión, explica Ratzinger, denunciando que ejerce “una fascinación casi mítica”, cuando en realidad se trata de una ideología “totalizadora” cuyo análisis se basa en tantos supuestos a priori que el hecho de compartirlo ya implica compartir la ideología.
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