La relación entre el empresario (principalmente directo) y el trabajador se resuelve en base al salario: es decir, mediante la justa remuneración del trabajo realizado, decia Juan Pablo II en su encíclica Laborem exercens. Y añadía que gracias a la obra de sus sindicatos, el trabajador pueda no solo “tener” más, sino ante todo “ser” más: es decir pueda realizar más plenamente su humanidad en todos los aspectos.
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