A finales del siglo XX, los viejos ejércitos nacionales, de ciudadanos en armas, han sido definitivamente licenciados para ser sustituidos por nuevos ejércitos profesionales, unidades contrainsurgencia y antiterroristas, y también comienzan a aparecer empresas privadas de mercenarios, profesionales a sueldo, que brindaban sus servicios militares o policiacos a los estados, afirma el profesor y catedrático de la Universidad de Barcelona Hernández Cardona.
Hoy, dice Hernandez Cardona, en la esfera militar lo importante ya no es, solamente, producir tanques, buques, aviones o artefactos nucleares. La nueva insurgencia requiere sofisticados sistemas de localización e información. El espionaje y el conocimiento adquirieron un valor extremo, la información se convierte en arma estratégica frente a un enemigo difuso, mimetizado en entornos civiles y con estrategias de combate terroristas. Las políticas de seguridad adquieren relevancia y en según qué contextos las tareas militares tienen un perfil netamente parapolicial. Y, en paralelo, los diferentes actores libran batallas durísimas para obtener apoyos o condenas de una opinión pública con un papel militar o antimilitar cada vez más determinante.
Los cuerpos especiales capaces de intervenir en despliegues rápidos en cualquier lugar han adquirido protagonismo. La infantería se dota de equipos cada vez más sofisticados, con chalecos antibalas, sistemas de comunicación y grabación, visión nocturna y alta potencia de fuego. La artillería y la balística afinan sus objetivos selectivos para impedir, al máximo, daños colaterales, y la aviación cede protagonismo a aparatos no tripulados, los drones, capaces de observar y atacar sin riesgo. Estas tendencias a la robotización de la guerra se dan en las más distintas facetas de combate, vehículos acorazados, robots desactivadores, robots combatientes. El combatiente dirigido a distancia se convierten en una autentica alternativa en los nuevos contextos de combate.
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