Los días de santos fueron en la Edad Media un método informal de datación que duró siglos. Un agricultor diría a sus amigos que había techado su cabaña el día de san Benito, y el agricultor recordaría que su segundo hijo había nacido el día de san Agustín y no el 28 de agosto. De igual modo, los viajeros de la Edad Media hablarían de llegar a Roma el día de la Asunción o el de san Esteban, más que en un día numerado del mes. “Cruzamos las barras de Sanlúcar el domingo, la mañana de san Lázaro, con gran fiesta”, escribe el cronista de un conquistador del siglo XVI que abandonaba España en un barco que se dirigía a las Américas. El calendario cristiano de días santos y festividades también se usaba para nombrar lugares. La Florida se llamó así porque Juan Ponce de León llegó allí el día de la Pascua Florida (de 1513), que es otro nombre español de la Pascua de Resurrección.
Los Cuarenta Mártires de Sebaste |
Para recordar todos estos santos, los monjes y sacerdotes escribían canciones o poesías con largas listas de nombres y por qué se reverenciaban, y que luego se memorizaban y repetían frecuentemente. Una nueva forma literaria de la Edad Media, fue el martirologio. Los martirologios eran libros que fechaban días de los santos y describían detalles de su vida. Beda el Venerable escribió un martirologio clásico con 114 registros, investigados con su habitual escrupulosidad. Una típica minibiografía de Beda: 23 de noviembre, en Roma, festividad de san Clemente, el obispo que, por orden del emperador Trajano, fue desterrado al Ponto. Mientras estuvo allí, como convirtiera a muchos a la fe mediante milagros y enseñanzas, fue arrojado al mar con un ancla atada al cuello. Pero cuando sus discípulos se pusieron a rezar, el mar retrocedió tres millas, encontraron su cadáver en un sepulcro de piedra, en el interior de un oratorio de mármol, y el ancla estaba allí cerca. Escribir y copiar calendarios de vidas de santos se convirtió en una importante actividad de estudiosos y miniaturistas durante la Edad Media. Cada mañana, los monjes leían descripciones de los santos del día.
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