Benedetto Croce |
El filósofo Benedetto Croce en un artículo de 1942 titulado “Por qué no podemos no llamarnos cristianos”, afirmaba que semejante calificación “es simple observancia de la verdad”, y precisaba que: “El cristianismo ha sido la mayor revolución que la humanidad haya realizado jamás, tan grande, tan incluyente y profunda, tan rica en consecuencias, tan inesperada e irresistible en su concreción que no sorprende que haya parecido o pueda aún aparecer como un milagro, una revelación desde lo alto, una intervención directa de Dios en las cosas humanas, que de él han recibido leyes y orientaciones completamente nuevas. Ninguna revolución ni ninguno de los grandes descubrimientos que han marcado un hito en la historia humana admiten comparación con el cristianismo, y frente a él resultan particulares y limitados. Ninguna revolución, incluyendo las que hizo Grecia en la poesía, en el arte, en la filosofía, en la libertad política, y Roma en el derecho; por no hablar de las más remotas de la
escritura, de la matemática, de la ciencia astronómica, de la medicina y de todo lo que debemos a Oriente y a Egipto. Y las revoluciones y los descubrimientos que siguieron en los tiempos modernos, puesto que no fueron particulares y limitados como sus precedentes antiguos, sino que afectaron a todo el hombre, al alma misma del hombre, no pueden pensarse sin la revolución cristiana, en relación de dependencia respecto a ella, a la que corresponde la primacía, porque el impulso originario fue y sigue siendo el suyo”. Y prosigue: “La razón de esto es que la revolución cristiana actuó en el centro del alma, en la conciencia moral y, al destacar lo íntimo y lo propio de dicha conciencia, casi pareció que le proporcionaba una nueva virtud, una nueva cualidad espiritual, de la que hasta entonces carecía la humanidad. Los hombres, los genios, los héroes que hubo antes del cristianismo realizaron acciones magníficas, obras bellísimas, y nos transmitieron un espléndido tesoro de formas, de pensamientos y de experiencias; pero en todos ellos se echa de menos ese acento propio que nos une y hermana, y que sólo el cristianismo supo dar a la vida humana”.
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