“Compadezco al demonio, exclamaba Santa Teresa, porque le está prohibido amar”. El amor se queda a la puerta donde Dante leyó la terrible inscripción. El infierno es el lugar del odio eterno. Si en los instantes de dolor y de angustia, cuando nos rodean las tinieblas y la maldad humana, somos aún capaces de amar, de combatir sin odio, estamos salvados. Si odiamos, estamos perdidos.
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