Durante la Guerra Civil, Rusia se había mostrado amistosa hacia la Unión (en parte porque sus más recientes enemigos, Gran Bretaña y Francia, mostraron simpatías hacia la Confederación), y ahora la situación actuó en la misma dirección. Si Rusia quería vender Alaska, el comprador lógico era Gran Bretaña, cuyos dominios limitaban con Alaska al Este; pero Rusia no deseaba entregarla a su enemigo. El otro único comprador posible era Estados Unidos, con el que Rusia tenía relaciones amistosas. Así, vender Alaska a los Estados Unidos era obligar a un amigo, fastidiar a un enemigo y librarse de una carga indeseable.
La segunda vez que Estados Unidos se vio beneficiado por una nación que consideraba a Gran Bretaña como su enemigo fue en 1803. Francia, consciente de que no podía conservar el vasto territorio de Luisiana, prefirió venderlo a Estados Unidos antes que verlo en manos de Gran Bretaña.
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