La profesión de espía o la afición a espiar es una de las más antiguas del mundo. Espías ha habido siempre, y algunos de ellos han aparecido en novelas de aventuras anteriores a la primera guerra mundial (como es el caso de la novela considerada como la iniciadora de este subgénero, El enigma de las arenas, de Robert Erskine Childers).
Sin embargo, cuenta Paco Camarasa, es alrededor de la gran guerra, la época en que William Le Queux, E. Phillips Oppenheim, Sapper y John Buchan comenzaron a publicar
sus novelas, cuando comienza a surgir un subgénero de espías que ha ido siempre ligado a la evolución del género negrocriminal, y cuyos libros y autores se han entremezclado en los estantes de cualquier librería negrocriminal que se precie. Las novelas de Le Queux, E. Phillips Oppenheim y Sapper son inencontrables en castellano. El caso de John Buchan no es mucho mejor, solo la más representativa de su obra, Los treinta y nueve escalones (más conocida por la adaptación que hizo un joven Hitchcock que por haber sido leída), puede leerse en castellano. Además, ha envejecido mal. Sin embargo, aún se lee bien El enigma de las arenas de Childers, el independentista irlandés que empezó espiando para los ingleses y acabó combatiéndolos para conseguir la independencia de Irlanda; fue fusilado por sus cainitas compañeros de lucha. Buchan y Childers se consideran, formalmente, los fundadores del género de espías.
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