La vivienda constituye una necesidad humana de primer orden. Forma parte del conjunto de bienes que resultan imprescindibles para que la vida de las personas pueda desarrollarse con la dignidad necesaria. En definitiva, se trata de disponer de algo tan básico como es un hogar. Juan Pablo II manifestaba: “¿Podremos nosotros, cristianos, ignorar o soslayar tal problema, cuando sabemos bien que la casa es una condición necesaria para que el hombre pueda venir al mundo, crecer, desarrollarse, para que pueda trabajar, educar y educarse, para que los hombres puedan constituir esa unión más profunda y más fundamental que se llama familia? ……mi predecesor Pablo VI se refirió al urbanismo como a un fenómeno de gran importancia, en cuanto, entre otras cosas trastorna los modos de vida y las estructuras habituales de la existencia; la familia, la vecindad, el marco mismo de la comunidad cristiana, creando nuevas y degradantes miserias donde a menudo la dignidad del hombre zozobra… aquellos que no tienen casa constituyen una categoría de pobres todavía más pobres, que nosotros debemos ayudar, convencidos, como lo estamos, de que una casa es mucho más que un simple techo, y que allí donde el hombre realiza y vive su propia vida, construye también, de alguna manera, su identidad más profunda y sus relaciones con los otros”.
La especulación, dice Juan Pablo II, sobre los terrenos que sirven al desarrollo edilicio y sobre la construcción de ambientes domésticos, el estado de abandono de barrios enteros o de áreas rurales privadas de calles transitables, de distribución de agua o electricidad, de escuelas o de transportes necesarios para el movimiento de las personas, son, como es sabido, algunos de los males más patentes, estrechamente ligados al problema más amplio de la casa.
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