La ciencia ha demostrado que el consumo de pornografía afecta al cerebro y la salud reproductiva, y que tiene una naturaleza adictiva. Muchos apuntan a cómo la estimulación constante de contenidos pornográficos deforma la visión de una persona sobre el sexo y las personas. Además, para atraer a un público más amplio, el lenguaje de la pornografía siempre es secular y frío, con escasa referencia a la moralidad. Cuando la moralidad entra en la conversación, suele ser en referencia a los productores de pornografía. Explotan y cosifican a las personas implicadas, en su mayoría mujeres. Y, en muchos casos, también abusan de menores y las coaccionan.
Quienes defienden la pornografía como la mera exposición de una actividad entre adultos que dan su consentimiento deben entender que se trata de personas que venden sus cuerpos y su dignidad por dinero y para tener seguidores. En la mayoría de los casos, son vulnerables a los depredadores que se aprovechan de su baja autoestima, su desesperación económica y su ingenuidad. En consecuencia, muchos actores porno luchan contra la adicción, las relaciones abusivas y el suicidio.
A pesar de reconocer el daño que la pornografía inflige a los individuos implicados, pocas personas consideran el efecto que tiene en la comunidad. Aunque algunos han comparado la pornografía con otros vicios como el alcoholismo o la drogadicción, esta analogía es engañosa por dos razones. En primer lugar, ver pornografía está mucho más extendido, ya que casi el 80% de los estadounidenses la consumen mensualmente. Si se aplicara este mismo porcentaje al alcohol o las drogas, una parte importante de la población estaría muerta.En segundo lugar, a diferencia del alcoholismo y la drogadicción, la adicción a la pornografía no es visible inmediatamente. Mientras en un alcohólico o un drogadicto los signos de su hábito se ven rápidamente en el deterioro corporal y la pérdida de vigor, ver pornografía no deja señales claras en el usuario. Muchos considerarán que este hecho demuestra que la pornografía no daña a nadie, excepto a aquellos que crecen en hogares sexualmente represivos y desarrollan complejos de culpa.
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