San Agustín escribe que “el género humano yace enfermo; no de enfermedad corporal, sino por sus pecados. Yace como un gran enfermo en todo el orbe de la tierra, de Oriente a Occidente. Para sanar a este moribundo descendió el Médico Omnipotente. Se humilló hasta tomar carne mortal, es decir, hasta acercarse al lecho del enfermo”.
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